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“Para poder entender el fenómeno televisivo hay que analizarlo en cuatro dimensiones: Política, económica, cultural y tecnológica”, afirmó el docente e investigador de la UNVM Santiago Druetta.

En 2011 en la Editorial Eduvim editó y publicó “La TV que no se ve”, un libro de Santiago Druetta que analiza la historia de la televisión argentina analizando el proceso desde los modelos fundadores hasta lo que sucedía en esos años. En el ciclo de entrevistas Diálogos en la Uni, el docente e investigador de la UNVM desarrolla los conceptos fundamentales del texto y avanza en explicar lo que sucede en la actualidad con el surgimiento de las plataformas.

-¿Cómo se fue gestando la televisión en Argentina?
-La televisión argentina nació como una televisión dentro de las televisiones. Generalmente se habla en plural, porque hay distintos modelos televisivos. De hecho, la televisión nace en Europa como pública, más orientada a la educación y a la cohesión social, no nos olvidemos que Europa estaba saliendo de la guerra en una situación muy crítica; mientras que la televisión norteamericana, en un momento de mucho esplendor, nace privada y financiada publicitariamente. Entonces una tenía la idea de educar, fundamentalmente, y cohesionar; y la otra era una televisión de entretenimiento que la que globalmente más o menos se impuso. En la Argentina nace como una televisión pública, o sea, en manos del Estado. Luego se licitan, otras frecuencias que no son privadas, porque un canal de televisión lo puede tener cualquiera, la frecuencia no. Entonces se licitan las frecuencias y se licitan a privados. De todas maneras, desde que se licitan pasan como cinco años hasta que empiezan a emitir, porque los privados tienen la señal pero no tienen capital para producir. El problema de la televisión son los costos de la producción y estaba prohibido ponerle en mano de capital extranjero, una cuestión de patrimonio cultural. Entonces finalmente, cuando durante los años ‘60 entra el capital norteamericano, no en la televisión como emisión sino en las productoras, prácticamente dominan los tres canales de Buenos Aires y ahí se desarrolla la televisión.

 

-¿Qué nivel tenía?
-En la Argentina fue muy buena. Los años ‘60 y ‘70 en Argentina fueron, en términos culturales y también socioeconómicos, muy pródigos. Fue una televisión muy interesante, un referente en América Latina que, como todo en Argentina, luego empezó a declinar, a decaer hasta tener una televisión modesta, diría.

-¿Y qué sucedió en los ‘90?
-Básicamente uno podría decir que hasta pasada la mitad de los ‘80 la televisión era “argentina”. Durante el gobierno de Alfonsín, en el año ’86, se firma un decreto que pasa sin pena ni gloria que va a habilitar, finalmente, a bajar las señales de los satélites, que eso era tecnológicamente posible pero políticamente imposible. Cuando se habilita eso, por supuesto, se abre a la irrupción de la televisión, de la televisión internacional, estalla el sistema de cable, que ese sería todo otro tema. El sistema de cable argentino es un sistema muy particular también por razones políticas, y aparece en los años ’90. Lo que sucede es la irrupción de la televisión por cable, un gran negocio televisivo, entonces, un enorme negocio televisivo. Ya no sólo está lo publicitario, sino también el canon que se paga por la señal y demás. Y aparece también una decisión durante el gobierno de Menem de permitir la entrada de capitales extranjeros. En realidad el acuerdo es un acuerdo bilateral con los Estados Unidos, de reciprocidad. Los norteamericanos pueden hacer su televisión acá y nosotros podemos hacer nuestra televisión en Estados Unidos. Bueno, por supuesto que causa un poco de risa.

-Las relaciones carnales.
-Las relaciones carnales, claro. Entonces entra el capital norteamericano y ahí hay una gran movida de concentración. Los tres grandes desarrollos del cable eran Estados Unidos, Canadá y Argentina. Esos capitales compran prácticamente todos los cables del país y el capital va armando grupos que, a su vez, vuelve a vender y eso termina prácticamente, no la totalidad, en manos del Grupo Clarín y del Grupo UNO Vila/Manzano. Se arman dos oligopolios televisivos enormes, cosa que ni en los Estados Unidos sucedió. Todo lo contrario, en Estados Unidos desde que nace la televisión está en control del Estado para evitar la monopolización.

-Y luego, ¿qué rol tuvo la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual?
-Esto ya es una opinión personal, pero la Ley me parece que viene como una rara mezcla. Intenta atender un problema muy serio, que era la absoluta concentración de los medios. Lo digo en el sentido más liberal del término económico. Si nos pusiéramos en ser liberales a ultranza, la base del liberalismo es la competencia. Cuando el mercado se centra en uno o dos manos, se forma un oligopolio. El capitalismo no puede funcionar como capitalismo. La Ley entra bien ahí, pero claro, en el enfrentamiento es con dos grupos, y con uno en particular, que creo que la Ley pierde un poco el norte, se transforma el espíritu, se transforma en una lucha política que no llevaba por buen camino. Además, la Ley nace vieja porque, si bien trata todas las cuestiones de una manera maravillosa, el tema financiamiento no se menciona.

-¿Y cómo ves la TV con la irrupción de las plataformas?
-Yo creo que ha cambiado el escenario. Ya no podemos hablar más de la televisión en el sentido que la entendíamos. Para poder entender el fenómeno televisivo hay que analizarlo en cuatro dimensiones: política, económica, cultural y tecnológica. Hace 15 años que tenemos los smartphones y eso significa que la televisión se vuelve como la radio, transita con vos, va por donde vos vas, ya no hay más programación, ya no está más la familia Simpson en el sillón frente al televisor. Hoy, hay una multiplicidad de pantallas. La tecnología, en ese sentido, fracturó la lógica de la televisión, más la lógica de las plataformas. No hay un horario, una programación, es decir que vos construís tu programación entrando en el celu, en la tablet, en la compu, en el Smart TV, cuando se te da la gana. Además se ha transformado absolutamente el negocio.

 

 

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